Elementos del camino: los imprevistos del videojuego


Elementos del camino: los imprevistos del videojuego

¿Qué haces en pijama? Vístete, rocíate con toda la colonia del mundo y sal a la calle. Eres el protagonista de un videojuego en Barcelona. El espacio es el fondo en que pueden ocurrirte imprevistos mientras caminas y el aire, frío de cambio climático y nieve madridista, acongoja tu piel. Sí, no doy muchos ánimos, pero una de las premisas del buen paseante es resistir cualquier inclemencia, y os puedo jurar que los caprichos del tiempo son nimiedades con las que conviene aprender a convivir, sin más.

Veamos un ejemplo práctico. El martes por la tarde doy clases en un centro cultural. Dista cuarenta minutos de mi casa y, en principio, es un recorrido anodino. Sin embargo, en estas dos últimas semanas le ha dado por depararme sorpresas. Soy un maniático del reloj, saco el móvil cada dos por tres para comprobar la hora, y encima presumo de mi impoluta muñeca. Me gusta marcar cronológicamente los tramos de mi ruta. El primero desemboca en el Hospital de Sant Pau con Avinguda Gaudí. El número 222 de Sant Antoni Maria Claret es encantador, luego llega el descenso y la cansina visión de la obra eterna, la Sagrada Familia, que el martes después de la nevada lucía en su centro una bandera catalana, ondeando indiscutida, aun no averigüé el motivo, como tampoco lo hice la semana previa al pasar por el Bar Joan y husmear la resaca del crimen en la reja medio cerrada de ese local emblemático. Unos investigadores sacaban huellas, una periodista novata fardaba de libreta y las obras de Provença con Diagonal seguían ocultando el recinto, como si esa noche de lunes los elementos se hubiesen conjurado por hallar un enclave perfecto, amado por la guadaña. La escena narrada y vivida se dio por el contexto semanal que, y sin que sirva de precedente, burló la repetición con funestas consecuencias para un par de inocentes.

No nos desviemos. Volvamos atrás. En el pseudo pasaje peatonal dedicado al arquitecto catalán se reúne toda la fauna humana. Niños dándole al balón, parejas besándose, guiris fotografiando y señoras que sueltan chismes a la fresca. Es fascinante, sensación reforzada al notar malestar en el zapato. Alzad la vista y bajad la cabeza ocasionalmente. El suelo duele y alegra, sirve tanto para pisar un hierro como para analizar desechos caídos por azar, que van desde cartas de póquer hasta billetes o cervezas que nadie coge por miedo al Dios orín. El aburrimiento es imposible. ¡Quítate los cascos! Debemos elegir una senda correcta que prescinda de la monotonía y haga del saludable ejercicio físico un entretenimiento útil. El fragmento que media entre Sagrada Familia y el monumento a Jacint Verdaguer es infumable. Atravesar los parques con arena parecerá óptimo para tus pulmones. No te dejes engañar. ¡Es agradable toparse con una horda de tipos con gorra americana? I un bé negre amb potes rosses! en Rosselló hay truco, ya que al juntarse con Passeig Sant Joan tiene un trecho de calle que acorta el abrazo con la Diagonal; sí, donde la gasolinera con un marcador electrónico y el murmullo de vehículos a escasos metros de la boca de, valga la redundancia, metro. Saberlo no salvará la existencia de ningún mortal, sólo evitará fatiga muscular, horror pupilar y retraso laboral, pues las marchas urbanas para ir de un punto a otro son muy prácticas para quitarte el estrés antes de entrar a tu maldito empleo.

Irse al otro barrio permite recuperar tu individualidad porque la vista empatiza con seres de nuestra especie, y hasta con animales. No defendemos la zoofilia, simplemente sabemos que un perro acompañado de homínidos es una buena excusa para pararse, tomarse un leve respiro y aplicar tus más lúcidas artimañas de seducción, que también puedes explotar girando tu cuello para incrementar la incipiente tortículis causada por el ordenador. Lo repleto de las miradas mientras deambulamos merecería una tesis doctoral. ¿Es mejor el transporte público? Eso es otro tipo de paseo en que nos erigimos en partículas dependientes de las estaciones. El contacto ocular se verá mermado al abrirse las puertas y sonar el triple pip. Recordarás ese instante y se lo explicarás a tus amigos. Más satisfecho estarías de haber protagonizado la anécdota en la calle, donde sólo las esquinas rompen el hechizo del cruce erótico entre dos desconocidos que, si lo desean, entablarán conversación y quizá terminen entre orgasmos y sábanas blancas, como dice la canción. Llego a mis clases. Ahora todos me miran. Ignoran que mi sonrisa pedagógica es fruto de haber acariciado la totalidad bailando entre adoquines.

Bcn Week-texto de Jordi Corominas i Julian.


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